Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria la mar.
La canción del pirata
José de Espronceda.
Tengo en mi historia familiar piratas, hombres de bien y de trabajo, hacendados, realistas, revolucionarios, cantineros, comerciantes, hombres forjados por sí mismos, mujeres que rompieron moldes, hombres de carácter indomable, héroes y villanos; y hasta algunos políticos se han colado por ahí. Y mucho agradezco que haya sido así, pues por mis venas corre un surtido rico como el de las cajas de las galletas que traen algo de todo.
El caribe llega con su parte de condimento pues uno de mis tatarabuelos fue cubano que además de bailar guaguancó también vendía puros, cigarros y tabaco.
Simpáticamente los piratas no llegaron por el caribe -aunque seguro que por ahí hicieron buena parte de sus fechorías- ellos aparecen en la historia familiar desde el otro océano. ¡Je! ¡Je!
Todos han dejado su marca personal; su estilo, su forma de bailar, su canto y su sabor. Mientras unos traían a Maximiliano como Emperador, otros fueron felices conscriptos al servicio de la patria liberal. Y todo esto sucedió en el mismo tiempo y en los mismos lugares.
Unos fueron mochos irredentos mientras que otros fueron libre pensadores que casi comían curas.
Llegaron desde las faldas de los volcanes y también del viejo mundo con títulos nobiliarios en viejos pergaminos.
Yo, dicho con sinceridad, desde chico me he reído abiertamente primero de los de rancia prosapia y con algo más de tiempo de casi todos los demás; perdí la solemnidad, el escueto respeto por todos y decidí verlos desnudos y tratar de conocer sus esqueletos completos con ojos de rayos X. Esto lo hice seguramente para conocer el ADN que me habían heredado ¡Qué locuras aprende uno en la escuela!
La verdad es que algo más tarde de lo que yo hubiese deseado fui dejando aparte conceptos como familia, patria, iglesia, club social y deportivo para ser ciudadano del mundo; pero esto de inmediato me fue pesado, muy enredado, laborioso; y entonces mandé todo al diablo, dejando de explorar a los demás para conocerme a mí mismo. Trabajo este harto difícil si teoriza uno, pero natural y hermoso si deja uno su Ser a la deriva, fluyendo… Simplemente fluyendo, solamente observa y nada más.
Y veo que mi historia con algunas variantes de tiempo y de lugar es la misma de todos. Lo dicho: piratas, hadas, ángeles, brujos y demonios están en todos los árboles genealógicos. Y así, unos los presumen y otros se espantan con ellos.
Después de que Don Apolo en su papel de Dios mandara a un obediente e iluminado grafitero a dejar puesta la frase “Conócete a ti mismo” en la entrada del Templo de Delfos -debo decir que yo me enteré de esta pinta bastante tiempo después- y fue cuando me dio por dejar de espiar a los demás y comenzar a espiarme a mí mismo haciendo caso al muy antiguo y sabio boceto.
Conocerme a mí mismo me hizo voltear a mi interior y dejar de distraerme con lo externo.
Y al poner la atención y conciencia en mi interior ¡me di perfecta cuenta que ahí está todo! No hay que buscar nada afuera, todo está adentro.
Chulada de descubrimiento el que yo acaba de hacer. Y como yo era aficionado a la fotografía y en ese momento de mi vida estaban de moda las fantásticas “transparencias” o también llamadas diapositivas que se proyectaban sobre una pantalla o sobre paredes blancas, entonces me di cuenta; lo exterior era solamente una imagen proyectada desde mi interior, ¡y nada más!
Me dio entonces un sabor agridulce, alegría y paz mezclada con pavor; pues si todo estaba adentro y lo de afuera era sólo una proyección entonces ¡yo era el creador de todo lo que afuera percibía! No podía culpabilizar a nadie más de lo que yo veía y parecía suceder afuera. ¡Jijos mano!
Después, ya algo repuesto de este sanísimo impacto me abrumó el revisar porque estaba yo poniendo afuera cosas que no me eran gratas ni convenientes. No poco tiempo de ha dado encontrar la respuesta, aún hoy reviso frecuentemente la línea de producción encontrando que la mente distraída –incontrolada- me sabotea sacando al aire trapos mal lavados del pasado.
Aprendí a no repartir culpas. No hay culpables de lo que a mí me acontece. Lo que sí hay es conceptos aprendidos del pasado y presentados como verdades que no lo son. También hay creencias rancias y apestosas que son por mí dadas como definitivas e inevitables, como parte de la vida; y obvio que no son ni lo uno, ni lo otro, ni esto último.
Y así comentado lo anterior debo confesarte amable lector que me encuentro muy atento remodelando mi mente y sacando toda la basura acumulada ahí por toda una vida –no corta- de aceptar lo aprendido en la casa, en la escuela, en la sociedad y en la profesión acerca de cómo deben de ser las cosas y la vida misma. ¡Carajo! Qué conveniente hacer esta limpieza.
No nada más debo desaprender la mayor parte de lo aprendido, también debo desobedecer. ¿Desobedecer qué? ¿Entonces pasarás a ser Fer el subversivo? Sí, felizmente sí. Hace ya mucho que soy Fer el subversivo; el utopista que ya no acepta las respuestas que le dan de primera mano, sea quien sea el que dé esa respuesta o concepto. Ya no dejo pasar a mi mente cualquier idea, consideración o juicio que mi Ser detecta como falso, tendencioso o francamente inconveniente o agresivo para mi persona o mi realidad.
Así las cosas, mi vida y mi fluir con ella han cambiado muy favorablemente. Largo, muy largo de explicar sería esto, pero es muy fácil entender la razón de este benéfico nuevo estado.
Conclusión, ve a revisar tu propio carnaval –tu historia personal- para pasarla bien y sacar lo no conveniente que te haya quedado en el morral.
La alegría es gran medicina, pero no se vende en la botica.
ÍÎÏÐ Ë ÑÒÓÔ
Autor: Fernando Jorge García Asomoza.
