La hermosa leyenda de los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl bien retrata la naturaleza de lo femenino y de lo masculino.
Ambos son volcanes activos, pero Doña Iztaccíhuatl parece dormir mientras que Don Goyo eyacula desaforadamente. ¡Ce' est la Vie! Dicen nuestros hermanos franceses.
Activo y pasivo, pasivo y activo; la dualidad, la integración de los opuestos en perfecta expresión.
Mucho hay que sacar de esta natural figura; es espectáculo vivo que se representa desde siempre frente a nuestros ojos, tan vivo y tan real que incluso en Puebla y en la CDMX hay que barrer las cenizas diariamente durante largas temporadas. Es un acto teatral que involucra totalmente al espectador y no lo puede dejar indiferente.
Mamá Natura es también además de madre amorosa y pródiga con sus hijos una extraordinaria Maestra, como tal nos hace un espectáculo guiñol a magna escala para decirnos que estamos en un sueño, en un gran y profundo letargo… Y que podemos despertar para sacar a relucir nuestra más íntima esencia y ser incandescentes.
El origen de mi familia por las dos ramas viene en buena parte de Calpan y de San Juan Tetla, en Puebla; poblaciones que yacen a las faldas de estos colosos, muchas historias me ha tocado escuchar sobre ellos, todas muy interesantes y aleccionadoras. Los habitantes de los pueblos cercanos llaman respetuosamente Don Goyo al Popocatépetl y platican con él; y el espíritu del volcán les responde y da consejos principalmente a los más ancianos.
Estas imponentes montañas se han quedado grabadas en mi alma desde niño, mucho he podido convivir con ellas. Yo también platico con Doña Izta y con Don Goyo, nuestras platicas son maravillosas y festivas, buena risa nos provocan casi siempre. A veces Don Goyo con las carcajadas se acelera –truena, carraspea y escupe como buen fumador-; en cambio Doña Izta ríe feliz pero más discretamente, parece por ahora no perder la compostura, es en definitiva una Gran Señora.
Sus aguas de deshielo me han dado el placer de pescar abundantes truchas y algunos salmones. Durante varios años estas pescas realizadas en la paz de la soledad -y tambien acompañado- fueron el abasto regular de estos manjares para la casa.
Junto con los amaneceres y los ocasos, estas entrañables entidades me hacen sentir de manera especial y muy fuerte uno con todo lo que es. Me hacen saber de lo eterno.
¿Quién puede quedar impasible ante esta magnífica pareja?
Ellos ven pasar el tiempo y no padecen la muerte, ¡ellos son! Permanecen. Qué gran lección nos dan con eso. No será que en nuestra mente al crear la realidad la hemos contaminado con el tiempo lineal y esto nos ha llevado a fechas de caducidad. ¿Será así? Salimos frecuentemente del eterno ahora y regresamos al pasado o esperamos el futuro dejando de ser, dejando de vivir. Y nuestra mente que no sabe estar inactiva ronda por malas ideas y las va concretando. Una de esas malas ideas es terminar la función y después no querer salir de la sala… ¡Qué mal gobernada esta muchas veces nuestra mente!
La luz de la luna hace resplandecer el blanco vestido de la mujer dormida, en cambio Don Goyo con su vomito ígneo enciende y hace sonrojar a la noche más negra. ¡Qué maravilla! Qué manera de complementarse: dejar hacer y hacer siendo. Eterno romance de la total integración.
No pocas veces me he dormido contemplando a esta pareja enamorada y también varias veces me ha despertado su presencia al inicio del día. Lo dicho, son de la familia y buena relación tenemos.
Acampado a sus faldas he visto el mismo día a Don Goyo totalmente cubierto de nieve al amanecer y por la tarde desnudo ya de esta; indicarme muy cortésmente que esta por toser e iniciar una gran función… Que levantemos el campamento y regresemos en paz a casa con la pila bien cargada de su benéfica energia. ¡Y así fue! Al llegar a casa desde ella pudimos apreciar el espléndido espectáculo que nos regaló.
La energía de este hermoso tándem trasforma, lo toca todo a su alrededor. Aún a nivel de anécdota o de comentario mueven a reflexionar sobre la vida y sobre ser uno mismo dejando tronar la emoción y salpicado a los demás con nuestro talento, con nuestro arte, con el mensaje personal que hemos venido a compartir con ellos.
Yo quiero ser
fuego, volcán de aire rojo que incendie el secreto de todas las ramas y todos
los pechos
Ernestina de Champourcín
ÍÎÏÐ Ë ÑÒÓÔ
Autor: Fernando Jorge García Asomoza.
Tzakapu, Michoacán.
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